25 oct 2011

El Teatro de la Ópera de París (otro de mis recorridos)Porque a PARIS se falta la "a" y la "o"...un error perdonado ..PARAISO!!! El Teatro de la Ópera de París, el Palais Garnier, es uno de los monumentos más importantes de París, además de uno de los teatros de ópera y ballet más visitados del mundo y ha sido elegido como marco y ambiente de numerosas piezas literarias, teatrales y películas. Recorrer sus pasillos en silencio fue como escuchar cada una de las piezas y obras que se representan en su gran escenario. ¿Quién no ha visto El fantasma de la ópera en alguna de sus muchas versiones y no recuerda el argumento de una pieza donde ópera, amor y tragedia se alían en una intriga llena de misterio?

Esta famosa novela, y las versiones televisivas o cinematográficas y hasta comedias musicales,que se han producido a partir de ella, se desarrollan en el Palacio Garnier, un edificio inconfundible. Lujo y policromía son sus señas de identidad y, dentro de él, ópera y danza conviven desde hace más de un siglo. Tras la reciente restauración de la fachada principal y parte del interior, el Palacio Garnier luce con todo esplendor. (Un instante basta y me detengo a escuchar la historia) La historia del Palacio Garnier comienza con una trágica circunstancia: el 14 de enero de 1858 el emperador Napoleón III y la emperatriz Eugenia, cuando se dirigían a una representación de ópera en la sala de la calle Peletier de París, sufrieron un atentado a las puertas del teatro. Salieron ilesos pero este incidente tuvo dos consecuencias significativas: la primera, el inicio de la guerra entre Italia y Austria; la segunda, la construcción de un nuevo teatro de ópera más amplio y seguro. El 29 de diciembre de 1860 se declaró la construcción del futuro teatro de utilidad pública y se organizó un concurso al que se presentaron la mayoría de los arquitectos relevantes del momento. Contra todas las expectativas, resultó ganador un desconocido, Jean-Louis Charles Garnier (1825-1898), que, aunque había obtenido el Primer Gran Premio de Roma en 1848, no había realizado grandes proyectos hasta entonces. Garnier propuso una idea ambiciosa e innovadora, que correspondía perfectamente al París que estaba diseñando el Barón Haussmann. Su proyecto no solo convenció al jurado y al Emperador, sino que, un siglo y medio después deja a los turistas anonadados. Además, otros teatros han seguido el modelo del Palacio Garnier, como el Nacional de Río de Janeiro y el “Teatro del Fantasma” en las Vegas. La construcción comenzó en 1862, pero se demoró hasta 1875, a causa de diversos contratiempos, desde la aparición de aguas subterráneas que fue necesario aspirar hasta un acontecimiento político de primera magnitud, como fue la caída del Segundo Imperio francés en 1870. Finalmente el Palacio Garnier fue inaugurado el 5 de enero de 1875 por el presidente de la III República, el Mariscal Mac-Mahon, con una representación que incluía, entre otras piezas, extractos de las óperas La Judía de Halevy y Los hugonotes de Meyerbeer. El Palacio Garnier es un edificio de casi doce mil metros cuadrados, con una altura de 74 metros. Su apariencia es suntuosa, de un lujo comparable al Palacio de Versalles y con un estilo que tiene influencias de la arquitectura griega clásica y renacentista, pero que resulta al mismo tiempo muy barroco, y que parece ser que el propio Garnier bautizó como “estilo Napoleón III”. Estéticamente, la policromía y la calidad de los materiales están presentes tanto en el exterior como en el interior: piedras, mármoles y metales, que van desde el blanco al granate, desde el verde del cobre oxidado hasta el dorado; terciopelos de un bermellón intenso, jarrones azules de Sèvres, liras doradas de Apolo por doquier, grupos escultóricos que representan la poesía, la danza, la armonía, candelabros inmensos, mosaicos, frescos y espejos que reflejan cada detalle hasta el infinito… El arte lírico, como anuncia el friso de la fachada principal, nunca encontró mejor y más lujosa expresión. Los nombres de Haydn, Mozart, Pergolese, o Meyerbeer no pudieron tener mejores guardianes que las colosales esculturas de Pegaso y Apolo.

Entrar en el Palacio Garnier y subir la gran escalinata de 30 metros de alto, bajo las pinturas de Isidore Pils, nos lleva a una época donde París daba la medida del lujo y la ostentación de Europa. En la sala de espectáculos llama la atención el escenario, de 60 metros de alto y con un espacio para más de cuatrocientos artistas. Una inmensa araña de cristal, cuyo peso es de unas ocho toneladas, cuelga del techo que, en 1964, André Malraux, siendo ministro de cultura, encargó al pintor Marc Chagall (1887-1985), quien también pintó dos murales para el Metropolitan Opera House. La bóveda de Chagall evoca las grandes obras del repertorio lírico y coreográfico, como Pelleas y Melisande o Romeo y Julieta, además de representar algunos monumentos de París, como el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel y el propio Palacio Garnier, y es tan exuberante como el resto del teatro. Aún así, no todo el mundo considera que su estilo combina bien con el Napoleón III concebido por Garnier. Además de la belleza, la sala de espectáculos es un modelo de funcionalidad. Garnier no dejó ningún detalle al azar y estudió la acústica de otros teatros de ópera europeos. Le influyeron especialmente los proyectos del arquitecto Victor Louis, autor del Gran Teatro de Burdeos y del Teatro Montansier. Tras los elementos decorativos se esconden las mayores innovaciones técnicas del momento, que han permitido la representación de óperas y espectáculos de ballet y danza de difícil y complicada producción. No menos importantes son los foyers, donde el público descansaba y paseaba en los entreactos, tan ricamente decorados como los lugares principales. El gran foyer, muy amplio con casi 20 metros de altura y 60 de largo, es conocido por sus espejos y por las bóvedas de Paul Baudry que evocan la tragedia, la comedia y la música. El foyer de la danza era donde se podía contemplar y conocer personalmente a los bailarines. Tras la Ópera de París, Garnier diseñó otros proyectos importantes como la sala de espectáculos y el salón de juego del Casino de Montecarlo (1878-79), el Casino de Vittel (1882), el Cercle de la librairie et d’Hachette de París (1880) y el Observatorio de Niza (1892). “Cuando Chagall pinta, no se sabe si está durmiendo o soñando. Debe tener un ángel en algún lugar de su cabeza” (Pablo Picasso) El fantasma de la ópera Un teatro de las características del Palacio Garnier se prestaba a todo tipo de ensueños y fantasías. Gaston Leroux (1868-1927) ambientó en él, y en general en el París del siglo XIX, su famosa novela El fantasma de la Ópera publicada en 1910 e inspirada de Trilby de George du Maurier. El fantasma de la Ópera es una historia gótica, donde un misterioso habitante del teatro provoca, por un lado, accidentes que aterrorizan al personal y a los gerentes, a los que chantajea para que se estrenen las obras que él compone; por otro lado, protege como un verdadero ángel guardián, la carrera de una joven y bella corista llamada Christine Daaé. Como el amor que el fantasma siente por ella no se verá correspondido la historia acaba en tragedia, no sin antes mostrar al mundo que su amada merece dejar los coros y representar los más bellos e importantes papeles líricos como la mejor prima donna. Uno de los aspectos más interesantes de la novela de Leroux es la importancia de la arquitectura del teatro en la trama de la novela. El fantasma, que en realidad es un hombre que lleva una máscara para ocultar la deformación de su rostro, y cuyo nombre es Erik, es un brillante ingeniero y arquitecto, además de un genio musical. Tras numerosas peripecias y viajes alrededor del mundo, acaba trabajando en la edificación del Palacio Garnier. Aprovecha sus numerosos conocimientos para construir su propia vivienda bajo el teatro. Para llegar a ella es necesario atravesar un lago subterráneo que se encuentra bajo el edificio. Laberintos de túneles impiden que nadie pueda localizarla. El único mundo exterior que frecuenta el fantasma es el teatro, que conoce como nadie y en el que se maneja como un equilibrista de circo. El fantasma de la ópera ha conocido numerosas versiones tanto literarias como teatrales y cinematográficas. También ha inspirado el musical del mismo nombre compuesto por Andrew Lloyd Webber en 1986 y que, en estas tres décadas, se ha convertido en uno de los más representados de la historia y ha contado con un número de espectadores inmenso. Dentro del apartado cinematográfico son varias las versiones, desde la de 1916, protagonizada por Nils Crisander y Aud Nissen y dirigida por Ernst Matray hasta la reciente versión para cine del musical de Lloyd Weber, dirigida en el 2004 por Joel Schumacher. “El fantasma de la ópera ha existido. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una invención de artistas, una superstición de empresarios, la creación medrosa del cerebro excitado de las señoritas del cuerpo de baile, de sus madres, de los acomodadores, de los empleados de la guardarropía y de la portería. Sí, ha existido en carne y hueso, aun cuando se le dio todas las apariencias de un verdadero fantasma, es decir, de una sombra.” (Gaston Leroux, El fantasma de la ópera)