Lunes 10 de septiembre de 2012
Domingo, 26 de agosto de 201201:00
La nostalgia por una lejana clase media
Los viernes en la sala de la comedia, se presenta la puesta rosarina “Nunca estuviste tan adorable”, dirigida por Aldo Pricco.
Por Ulises Moset
“¿Hace cuánto que no me das un beso?”. Una pregunta que Blanca le hizo a Salvador alguna tarde de 1955 vuelve a flotar en el aire en los primeros meses de la década del 70. Ella sólo recibe evasivas que logra aliviar con los regalos de un admirador anónimo.
De algún modo, este orfanato de amor en un matrimonio de la más media de las clases sociales porteñas es el que organiza la trama de “Nunca estuviste tan adorable”, la obra basada en el biodrama de Javier Daulte, uno de los autores más consagrados de la última década. La trama de este pedazo de la historia de los Daulte guarda toda una relación con “Los martes, orquídeas”, la película de 1941 que consagró a una joven Mirtha Legrand.
En Rosario se estrenó una versión local dirigida por Aldo Pricco en La Comedia. Sin orquídeas y con un marido abducido por su taller mecánico, Blanca (Mónica Alfonso) es la madre omnipresente de un sistema familiar en el que orbitan sus dos hijos jóvenes: Noemí (Puli Rainero) y Rodolfo (Leandro Urrere). Un universo donde destella su vecina Marta (Mirta Maurizi) y un tele blanco y negro, obsequio del misterioso admirador.
Si bien Blanca es la señora del hogar, Alfonso compone a una mujer que transforma sus vacíos en ternura y que se quiebra inevitablemente ante la espectral figura de su esposo, desnudando su fragilidad de terciopelo. Con Marta se forma un dúo en el que Maurizi explota toda su comicidad y a la vez encarna los elementos más trágicos de la historia. Dos actrices formadas en el núcleo duro del realismo, que marcan un estilo de actuación que ya no abunda y que a la vez pueden jugar al payaso blanco y al Tony en los pasos de comedia.
A la vez, las casi silenciosas apariciones de Salvador (Juan Carlos Capello) son los mojones que reducen la ansiedad de la verborragia femenina. No por autoritarismo ni dominancia, sino por la presencia escénica de un actor que viene a balancear el status imperante. La interpretación de Capello se potencia al conocer a Rolando Daulte (Juan Cabral), el “amigo” de Noemí en los códigos de los 50. En este encuentro vuelve a jugarse al dúo, en un diálogo de locos donde el timming está afinado por el oficio de Capello y el humor de Cabral.
Luego, la historia salta a los primeros 70, con Noemí y Rolando tomando la posta de la descendencia familiar en la que nacería Javier Daulte. La pareja ha madurado, tal vez con un exceso de ceño fruncido, y ahora la ansiedad general está puesta en el casamiento de Rodolfo con Amalia (Fabiola Pavetto). Con actuaciones muy parejas, la obra se planta en un realismo que a veces puede caer en el riesgo de aplomarse en los sillones. La potencia de los 50 se desinfla un poco en los 70, pero parece que es lo que ese público estaba pidiendo en cada comentario a viva voz, en el festejo de cada chiste, en el furioso aplauso de pie.
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